martes, 23 de marzo de 2010

Harry Walker

Estoy sentado en un banco de una plaza llamada Harry Walker. Cualquier cosa puede suceder y no me importa. Hago tiempo para ir al dentista y leo el periodico, me aburre, lo dejo. El sol calienta, y a muchos en esta plaza parece gustarle. En el banco de enfrente hay tres viejitas, una más arrugada que la otra. Son ancianas ya. Y alrededor de ellas se formó una ronda de otros tres viejos que les hablan. Ellas escuchan, se ríen tapándose la boca, pero no dicen nada. Son sumisas. ¿Cómo vivirán el tiempo? Todos están en sintonía. Las viejas, como si recordaran otra época feliz, están arregladas, se nota. Un poquitín de maquillaje y unas gafotas de sol. Viene otro viejo con un perro, saluda a las viejas y a la ronda de viejos y se queda, como si hubiera sido invitado. No sucede nada en ese banco. Me pregunto qué será el tiempo para ellos. Yo me aburro, me doy el lujo de observar y juzgar. Uno de los viejos se pone a cantar en un falsete insoportable. Mientras, enumero las palomas que siempre tienen hambre, aterrizan por sus migas, me esquivan, pierdo el tiempo. Podría dormir como un mendigo en este banco. Pasa uno de los viejos, le doy el periodico y me levanto. Es la hora de ir al dentista

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